13 Reasons Why: ¿era necesario?

13 Reasons Why: ¿era necesario?

En un ejercicio de paciencia, masoquismo, aburrimiento o todo junto a la vez y más razones, terminé hace unos días la segunda temporada de 13 Reasons Why. Tras una primera temporada que considero brillante, y necesaria por todo lo que dice, denuncia y encara de lleno, llegó la renovación por una segunda entrega. Aquí ya comenzaron las dudas, como siempre que un producto que funcionó bien con una simple temporada es extendido más allá de la necesidad, y entrando ya en el rédito que le aporta a cada cadena, plataforma o servicio streaming que lo emite. Pasó con True Detective, tristemente ha pasado con Legion (su segunda temporada ha sido un bluf importante, por no decir algo más grave), y con muchas otras que seguro vosotros recordáis mejor que yo en estos momentos, aunque probablemente las elecciones de cada uno sean diferentes. No siempre pasa; el ejemplo más claro a día de hoy puede que sea The Handmaid’s Tale, que ha sobrepasado la novela de Margaret Atwood y, sin embargo, ha crecido exponencialmente, superando lo visto el pasado año y convirtiéndose (si no lo era ya) en una de las series referencia en estos momentos. ¿Ha pasado esto con 13 Reasons Why? No.

La historia de Hannah Baker nos contaba cómo una joven de un instituto californiano se quitaba la vida tras una serie de situaciones que ella vivió, y recurrió a la salida más traumática para poner fin al sufrimiento que sintió diariamente durante mucho tiempo, no sin antes contar su versión de los hechos a todos mediante las ya famosas cintas que componían la primera temporada, cada una dedicada a una persona en concreto. La forma de construir la entrega inicial creo que es brillante, interesante y mantiene la tensión desde el primer minuto hasta el último, mientras se desengrana lo que condujo al suicidio de Hannah, no sin denunciar por el camino conductas que deberían ser de ficción y no lo son. El abuso escolar, los maltratos, las violaciones son cosas que, tristemente, tenemos en las noticias semana sí, semana también, quizá con su mayor exponente en los últimos meses con todo el tema de “La Manada”.  Que una ficción ahondara tanto en el tema, y además de forma tan acertada, creo que era digno de mención, y sin duda hizo que la considerara como una de las series más importantes del pasado año. Era algo diferente y que de paso concienciaba, que no siempre lo vemos en televisión, y creo que es importante que el público para el que va mayoritariamente dirigida (el adolescente) entienda la gravedad de la situación por mucho que se trate de una obra de ficción, porque por desgracia no son pocos los casos de abusos en la adolescencia, y que a través de una herramienta como es Netflix y como son las series se denuncie todo esto, era de agradecer y de valorar.

No obstante, como dije antes, la renovación por una segunda temporada abría muchas dudas. ¿Cómo estaría estructurada? ¿Qué contarían? ¿Veríamos a Hannah de nuevo? ¿Sería tan buena como su predecesora? Pese al buen hacer que creo que tienen los creadores de la ficción (no pondrían mensajes como los que vemos al principio de la temporada o al final de los episodios si no lo tuvieran), el uso de la narrativa no es que haya sido el punto fuerte de esta entrega. Primero, porque en un ejercicio de poca imaginación, han recurrido a las voces en off de múltiples personajes para suplir la voz de Hannah en cada una de las cintas. Quizá pensaron que lo que funcionó bien una vez, podría volver a hacerlo. Primer error. Esas voces son de los diferentes personajes que van a juicio para declarar y dar su versión de los hechos de lo acontecido con Hannah, ya que su madre quiere que se haga justicia y que alguien pague por lo que le pasó a su hija. Esa es la piedra angular de la temporada, el juicio sobre Hannah y la historia que narró en sus cintas. Los personajes que conocimos el año pasado se van turnando en los juzgados y aportan su punto de vista. Esto da forma a la narración y condiciona todo lo que va sucediendo durante los trece episodios (demasiados), y sobre lo que entraré después. Sobre Hannah, sí, Katherine Langford se mete de nuevo en la piel de la joven, para numerosos flashbacks y diversas escenas, pero principalmente para atormentar a un Clay desquiciado durante toda la entrega, como un fantasma rondándole tras su muerte. Este recurso está tan usado y tan visto, que toda la originalidad que podíamos valorar en su primera temporada mediante la narración a través de las cintas, hace que se disipe rápidamente. Me parece un error utilizar el “espíritu” de Hannah durante toda la temporada, podría haberse utilizado a la actriz de tantas formas diferentes y más interesantes, que recurrir a uno de los trucos más antiguos del manual, denota un querer encontrar una solución sencilla a un problema tan grande como era adentrarse en terreno desconocido, sin novela en la que apoyarse. Y no, esta temporada no me parece mejor que su predecesora: me parece bastante peor.

He utilizado la expresión “su versión de los hechos” varias veces. Y es que en cada historia, siempre hay diferentes formas de entenderla o de verla; no es lo mismo el relato que tú puedes contar de una situación en concreta, que de otro que la ha vivido contigo, y seguramente no lo sea la de alguien que lo ve desde fuera, sin información directa. Hannah nos contó lo que consideró que era necesario para hacernos entender porqué tomó la decisión de quitarse la vida. Pero claro, dirían los guionistas, igual no lo ha contado todo; igual omitió cosas. Con este argumento han, bajo mi punto de vista, socavado la versión de Hannah y han metido una cantidad de porquería y relleno propia de una campaña de difamación más típica de la política que de una serie de televisión, todo ello a través de un juicio que lo calificaría con el adjetivo que define la temporada: frustrante. Es como si todo lo que se había hecho bien en la primera entrega, con la novela como base, lo hubieran querido tirar por la borda para hacer su versión de la historia, más pobre, más cutre, y más culebronera de lo que era necesario. Por no hablar del uso de las polaroids como “sustituto” de las cintas, recurso malo, malo.  

Han entendido que esto ya no es la historia de Hannah, sino la de todos aquellos a los que la vida y muerte de la joven les afectó directamente. Y claro, aquí entran una serie de personajes que no me pueden dar más igual. En la primera entrega, Hannah nos presenta a todos aquellos que considera que la perjudicaron, de una forma u otra, abriéndose un amplio abanico de jóvenes que la serie mostró y que cumplieron su papel, unos con más relevancia y otros con menos. Sin embargo, en esta entrega se les ha dado mucha cancha a algunos de ellos que no tenían una relevancia capital el primer año, y en este no era necesario ahondar en esa gente. Ha habido cosas positivas, como el vínculo entre Clay y Justin, todo con lo que Jessica tiene que lidiar, o la redención de Zach, pero la mayor parte de conflictos que exploran en esta temporada, dentro de lo interesante que es explotar la temática con la que nació la ficción sobre los problemas de muchos jóvenes en sus vidas diarias, los veo irrelevantes, o al menos no tan interesantes como otros en los que sí aciertan.

Para acabar y responder a la pregunta con la que he titulado este artículo, in my opinion, no era necesaria esta temporada. Es loable que una serie denuncie todas estas cosas, pero para mí era la historia de Hannah, y esa historia concluye en su primera entrega, y por supuesto no en esta tras ser pisoteada, vilipendiada y vuelta del revés. Katherine Langford ya ha declarado que no regresará en la tercera temporada que lanzarán el próximo año, y eso me hace volver a preguntar si era necesario renovarla por más tiempo. El hilo que han abierto al final de la entrega no lo veo lo suficientemente potente como para seguir más temporadas, y dudo seriamente que resuelvan lo que no han querido resolver este año deliberadamente, para darle un final inmerecido para Hannah. Por lo tanto, si este año no era necesario más de 13 Reasons Why, el año que viene menos todavía.