Crítica: Room

 

maxresdefault

Un violador rapta a una niña de diecisiete años y la encierra tras una puerta de seguridad con una contraseña indescifrable. Durante los siete años que dura el cautiverio, la joven queda embarazada y da a luz un hijo, para quien inventa todo un universo de fantasía, consiguiendo educar a un niño cuerdo y feliz en unas circunstancias de pesadilla. El espectador no vive esta tortura, no es una película que comience siendo cruda, la crueldad esta soterrada bajo las mentiras y, poco a poco, el público va sintiéndose cada vez más angustiado.

La razón por la que una chica secuestrada por un violador no nos resulta desgarradora desde el primer momento, es porque es el hijo quien narra la historia y lo hace desde su inocencia, su ingenuidad y una enorme capacidad de amar al mundo y ser feliz con muy poco. De manera que no vemos a Jack como un rehén, sino como un niño, preocupado por jugar, reír y divertirse. La película está llena de detalles simpáticos que esconden una realidad descarnada.

No es un thiller ni una película sobre secuestros, es una película intimista, que nos lleva a pensar en muchísimas cosas y nos emociona de maneras que no creíamos posibles. Tampoco es un drama correoso y lastimero, de esos que se recrean en el dolor, es una película con la que puedes llorar (yo lloré muchísimo), pero que te deja más sensaciones positivas que negativas. Es una película para amar al mundo.

El día en que Jack cumple cinco años, su madre intenta explicarle que existe un mundo real más allá de la habitación en la que viven. El niño, que no ha conocido en toda su existencia más que la prisión donde nació, se niega en un principio a aceptar lo que dice su madre. No sabe nada del mundo, más que el pedacito de cielo que se vislumbra desde una claraboya y lo que ve a través de una televisión antigua y en mal estado. Jack sorprende y emociona al espectador en su descubrimiento del mundo exterior. Y… de esto trata la Room, que espero que gane el Oscar a mejor película.

 

room-1024

Los personajes principales, Ma y Jack, interpretados por Brie Larson y Jacob Temblay, son absolutamente creíbles, realistas y adorables a todos los niveles. Ma se siente encerrada y soporta las visitas nocturnas del hombre que la mantiene secuestrada, pero tiene a Jack y esa es su única, pero muy poderosa, razón para seguir adelante. Ella ha establecido una rutina en sus vidas, compuesta de elementos absurdos como saludar al fregadero, al váter, la silla número uno, la silla número dos y el resto del escaso mobiliario cada mañana. Todos los días hacen algo de ejercicio físico, algunos estiramientos y más o menos consigue mantenerse cuerda, motivada por la preocupación de una madre que ama a su hijo. Ma crea todo un mundo para Jack, un universo donde sólo existen la habitación, el cosmos y la televisión.

Emma Donoghue escribe una historia conmovedora e inteligente y Lenny Abrahamson dirige con una narrativa que brilla por su sencillez, no se perciben las pretensiones que tienen otras obras, no aspira a ser un “peliculón”, pero lo es. Ambos, la guionista y el director, merecen cada premio que les den. Obviamente Brie Larson, ganadora del Globo de oro, también se merece el máximo reconocimiento posible. Pero mi favorito es Jacob Temblay, quien con siete años, da vida a un personaje de una complejidad descomunal.

Spoiler alert!

Lloré muchísimo con la adaptación de Jack al mundo, como el momento en que nota el sol hiriéndole los ojos o la dificultad que encuentra con las escaleras. También me parece muy emotivo que Joy, cuando deja de ser Ma y vuelve a vivir con su madre, siga siendo una niña, la niña que era cuando la secuestraron, como vemos cuando se queda en su dormitorio infantil y mira las fotos de sus amigas.