V-Wars: Ian Somerhalder contra los vampiros

V-Wars: Ian Somerhalder contra los vampiros

Diciembre ha sido un mes ajetreado, y lo sigue siendo. Se acaba el año, hay que pensar qué ha sido lo mejor de este 2019, hay que ponerse al día de muchas series pendientes, unas acaban, otras vuelven y, cómo no, los compromisos navideños varios que ocupan tanto tiempo, como todos sabemos. Entre esta oleada de acontecimientos, he ido viendo V-Wars, una serie que tenía marcada en el calendario porque suponía el regreso de Ian Somerhalder a la televisión tras el final de The Vampire Diaries, y además lo hacía por la puerta grande, en Netflix. El gigante streaming apostaba por una ficción basada en una serie de cómics del mismo nombre, y con el actor estadounidense como principal reclamo para captar espectadores. Os voy a hablar de la primera entrega (espero que no sea la última) de V-Wars.

Ha sucedido algo bastante llamativo con esta serie, y va de la mano con lo que está viviendo, ni más ni menos, que el Episodio IX de Star Wars: que la crítica la pone bastante mal, pero el fandom en general la valora bastante bien. Casos que se parecen como una sartén a un rascacielos, pero son dos ejemplos de lo polarizados que pueden llegar a ser dos de los factores decisivos a la hora de decidir el futuro de muchísimas ficciones, ya que, muchas veces, el teclado de un crítico puede ser tan letal como las bajas audiencias de la serie de turno y, aun con buenas críticas, muchos productos no sobreviven porque no las ven ni los familiares de los miembros del reparto. Yo creo que estoy en el término medio, porque no la veo tan mala como la ponen muchos, ni tan buena o destacada como dicen otros.

Es una serie entretenida, que apuesta por episodios no demasiado largos, lo cual favorece el visionado consecutivo y cuya mitología va desarrollándose poco a poco, sentando las bases hacia un futuro que pinta bien, si progresa adecuadamente y le dejan seguir adelante, claro está.

V-Wars nos cuenta la historia de Luther Swann (Ian Somerhalder), un científico experto en virología que es expuesto, junto a su mejor amigo, Michael Fayne (Adrian Holmes), a un patógeno que habitaba latente en el Ártico. El punto de partida puede recordar a ficciones como, por ejemplo, The Strain, más que a la que protagonizó Somerhalder en The CW dado que, aquí, los vampiros no son tan sexis ni tan adolescentes como lo eran en The Vampire Diaries, sino que se acerca más al concepto de plaga o pandemia de la ya concluida serie de FX. Y digo que se aproxima porque creo que lo implementan de una forma bastante interesante, y es que, al igual que estaba latente el patógeno, también lo está el elemento clave para entender por qué se propaga de una forma determinada.

Se nos plantea en la serie que no todos los humanos son susceptibles de convertirse en vampiros, ya que solo una parte de la población posee una mutación genética determinada que la hace potencialmente convertible. Por lo tanto, este patógeno despierta esta parte subyacente en los seres humanos y los transforma en una nueva raza, que amenaza con extenderse y convertirse en el depredador dominante, dadas las superiores capacidades tan típicas de los vampiros que todos conocemos y que no hace falta mencionar. Sí me ha llamado la atención la forma de morir de estos: al ser humanos mutantes, a base de tiros te los puedes cargar; no necesitas estacas ni crucifijos ni nada por el estilo. Son súper hombres, solo que necesitan de sangre humana para poder seguir viviendo. Estos cambios en la mitología vampírica tan habitual son algunas de las cosas que más me han llamado la atención de esta serie. No obstante, hay un elemento más que añaden: alguien que posee esta mutación, pero que es inmune al patógeno, por lo que no se transforma en vampiro. No revelaré de quién se trata, aunque creo que conforme vas viendo la temporada, es más que evidente quién es el elegido para ser completamente inmune a este cambio.

Ian Somerhalder. Ya había sido parte crucial de la trama de The Vampire Diaries, más si cabe una vez se produjo la marcha de Nina Dobrev al final de la sexta temporada, y el peso de la trama recayó principalmente en él y Paul Wesley, con excelentes resultados en mi opinión, ya que las dos últimas entregas de la ficción de The CW fueron mucho mejores que sus predecesoras. Sin embargo, aquí es quien lleva la batuta de la serie, sobre el que giran la mayor parte de acontecimientos relevantes, y hasta dirige un episodio (el 1×09), además de ser uno de los productores ejecutivos. Cumple perfectamente en su papel, y él es el mejor personaje, de largo, de la serie. La otra figura más importante es Fayne, que se erige como líder de la facción de vampiros, pero no llega a transmitirme tanto como Luther, el rol de Somerhalder.

Precisamente ése es uno de los puntos negativos de V-Wars. Luther Swann es un buen personaje, un buen protagonista, pero que está algo solo en cuanto a mejor acompañamiento coral se refiere. Es más, dentro de los secundarios que nos van presentando, me llamó mucho la atención el de Laura Vandervoort (Mila Dubov), que da vida a una subespecie dentro de los propios vampiros (muy interesante la diferenciación y que extiendan la mitología, ampliando las variedades vampíricas), pero que no termina de tener un papel relevante dentro de la trama principal, aunque da la sensación que en una hipotética segunda temporada, tendríamos una mayor presencia de su personaje, otro de los elementos que me motiva para seguir viendo la serie. Quizá al otro que destacaría es a Calix Niklos (Peter Outerbridge), al que he visto en ficciones como Nikita, Orphan Black o 12 Monkeys (entre otras), y que aquí vuelve a cumplir como villano. El resto no me llama demasiado la atención, y dejan coja a la serie en ese aspecto, algo flojo el elenco en líneas generales, salvo las excepciones señaladas.

Con ese final de entrega, espero que Netflix le otorgue segunda temporada, porque tiene una conclusión bastante abierta, con un giro interesante y que me gustaría que lo desarrollaran. V-Wars, como decía antes, es una serie entretenida, sin más, que puede amenizar algún rato muerto que tengáis en vuestro día a día, y que cumple su función principal, que es hacer pasar un buen rato al espectador, sin más pretensiones que esa.